Me abrumó tu juventud,
esa forma salvaje de estar en el tiempo
a tiempo.
El día de hoy te pinta el cuerpo. Amor
te despeina, bienvenida la piel
a la piel resolana, radiante, lozana
la fuerza prehistórica de lo nuevo. Todo
es mucho más porque está en su principio.
Yo que siempre fui
de todos la más joven promesa,
tenía vieja la pena, tan antigua
que jamás pude unir lo flamante al deseo
porque ya estaba grande desde recién nacida.
No fui nunca inocente, no podía equivocarme.
Cuando había que nutrirse ya me estaba muriendo.
En lugar de ir al campo me hice noche
y a la hora de amar regalé el cuerpo.
Me lastimé profundo y sin retorno
justo donde y cuando hay
que sembrar flores,
a la hora de todos los colores, a la hora
de cuidar el infinito, este
que en vos se manifiesta luz dorada.
Te veo estar en tus pies, contemplar en paz
tu propio mundo tibio, sacar fotos
tejiendo los recuerdos que mañana abrigan
a la vez que la sangre bulle al máximo
como nunca más vuelve a hacerlo en la vida. Tu sombra
no es la muerte, son sólo matices de lo que oscuro late. Te veo
asomar sol en tu paisaje enamorado
con ese redondo fulgor y esa turgencia
que si es libre de andar es explosiva, porque así
sabiendo amanecer
hace que la juventud se quede siempre.
Y no me abruma porque yo ya no lo sea
sino porque no lo he sido nunca.
Mar que no conozco, como es
la infancia un paraíso que no supe.
Por eso tu ráfaga me toca.
(Pero no quiero envidiarte… Sé
que todo es algo en el árbol del sentido
y que sus frutos tardíos son
ricos y elocuentes).
Ya camino tierra adulta. Niña y joven
son voces remotas del silencio. No supe de ellas.
Me sostengo en palabras que aprendí hace poco.
Sólo me interesa llegar hasta mí, no me importa la hora.
Perdonarme la sangre.
Llegar a la cita postergada
desde el nacimiento de mis pies cansados
a donde me espero con una sonrisa.
Y así reencontrada, reunida, integrada
seguir caminando mi tarde descalza.